Reykjavik por
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Hoy llueve a cántaros y tras el curso de islandés, matricularme, ir al banco a preguntar que documentos me hacen falta (kennitala, fotos y documentación española) para abrir una cuenta islandesa, entregar el documento de llegada Erasmus, ir a pagar la consulta del médico del viernes pasado porque se les olvidó cobrarme e ir a hacer la compra ya que anoche se comieron las existencias de mi frigorífico unos españolitos (de buen rollito) ávidos de tortilla de patata que cocinó el valenciano; he llegado a casa con los vaqueros mojados de agua hasta las rodillas. Asi que creo que ya no salgo de casa, que vengan a verme como ayer.
Tengo pendiente la visita al archipélago de Vestmannaeyjar. Tras una hora larga en autobús y casi 3 en ferry donde el balanceo me invitó a dormirme en la popa con un solito agradable.
Inciso:
Siempre me ha hecho gracia cuando me comentaban que en los países del norte de europa la gente se paraba en cualquier lugar para tomar el sol… pues bien he pasado a formar parte de ese selecto grupo. Me he dado cuenta que ya me he tumbado en el cesped de la universidad, me he dado la vuelta para captar un rayo de sol despistado que salía entre las nubes y el colmo fue quedarme dormida en un barco.
Fin de inciso.
Cuando llegamos a la isla esto fue lo que nos encontramos:
Nos dividimos en grupos porque no cabíamos en las dos casas, uno de 29 y otro de 36 y los de las tiendas de campaña a parte. Me había apuntado al bus turístico y nos llevaron por el pueblo y después subimos a la montaña más nueva del mundo que se creo en 1973 tras una erupción en Heimay. Se abrió una fisura en la parte oriental de la isla y los habitantes de la isla avisados por la policía abandonaron la isla. En seis meses de erupción un nuevo volcán de 225 m de altura y una ladera de lava apareció en la isla, muchas de las casas quedaron enterradas.
En el volcán la guía nos tenía preparada una sorpresa. Sacó herramientas de jardinería de su mochila, se puso a escarbar en la lava de la ladera (q estaba muy caliente) y sacó un tarro metálico en cuyo interior había un bizcocho ya cocinado. Había tardado en hacerse 2 horas y media. Estaba muy rico.
Fuimos al Kronun (otro de los supermercados baratos de Islandia) a comprar la cena y el desayuno del día siguiente. Nuestra casa tenía equipo de música, asi que tras una impresionante puesta de sol, el momento melancólico con el de la guitarra, con la gente bebiendo cervezas y chupitos de licor islandés Brennivin (¡La muerte negra!) Subieron a nuestra humilde morada el resto de estudiantes islandeses y montamos una fiestecilla. Nunca pensé que bailaría al son de Coldplay o lo que podría triunfar entre los extranjeros hacer el trenecito ante una canción chorra.
Al día siguiente no había quien se levantara y tras las risas por una finlandesa pidiendo desde las alturas de la única habitación superior que le pasáramos la pepsi max con voz de camionero; nos levantamos con el tiempo justo para llegar a la tienda de licores (único sitio donde venden alcohol en Islandia) que los sábados cierran a las 2 y a comprar la comida necesaria para sobrevivir el fin de semana.
Tras llenarnos el estómago nos fuimos a dar un paseo por el campo de golf, la costa (donde salvamos del mar una pelota de fútbol y varias de golf) y descubrimos un columpio infantil que consiste en hacer tirolina. Fuimos a cotillear la otra casa y a hacer una visita a los habitantes del camping, que no era más que el jardín de una guesthouse.
Mientras esperábamos a que llegara el canadiense de ver los puffin (frailecillos en castellano) -una pena enterarme tarde- empezamos a hacer el tonto con el balón de fútbol, se empezó a unir gente y acabamos jugando norte contra sur (a excepción de una canadiense) Aunque hice de paquete me encontré bien… no sé que diría mi médico de estas prácticas…
Por la noche, me quedé jugando al black jack ya que no me esperaba que el bar karaoke del pueblo cerrara a las 5 de la mañana y daba mucha pereza bajar andando los largos veinte minutos que nos separaba de la civilización.
La mañana del domingo tras adecentar la casa, me estuvieron enseñando a hacer malabares con pelotas de arroz y mazas. Vinieron a por las mochilas y nos tocó bajar andando al puerto. Llovía muchísimo, y aunque he de afirmar que amo a mis botas y abrigo de gore tex, no puedo decir lo mismo de mis pantalones que tuve que cambiarme en el ferry porque estaban caladitos. Tanta lluvia provocó un viaje menos idílico que el de vuelta… yo que empezaba a cogerle el gusto a esto de viajar en barco… menos mal que los sofas de la sala de cine eran cómodos.
PD: Antes de venirme a Islandia el culebrón lo protagonizaban los documentos Erasmus que no llegaban. Llegaron el 3 de agosto a Soria, por lo que me los tuvieron que enviar a Islandia, aunque bueno, ya sé donde está la oficina de correos que me corresponde.