Por fin. Ahora si que empieza la cuenta atrás. Volví ayer a las seis de la mañana de un pueblo perdido cerca de Elche, justo a tiempo para trabajar. Y es que con eso de irte a vivir a otro sitio y tal, llevo todo el verano trabajando de fines de semana en un kiosko dentro de la estación de autobuses de Logroño (ya soy un experto en colecciones de abanicos, soldaditos de plomo y porno quincenal).
Bueno, el caso es que me quedan exactamente 20 días y mis vacaciones han concluído, ya no saldré más de Logroño hasta el día en que tenga que viajar a Barcelona para coger el vuelo. Y he tomado una decisión: desde mañana tengo 3 cosas que hacer con urgencia, a saber:
a) Repasar mi lejano, lejanísimo inglés.
b) Aprender a hacer tortilla de patatas (sí, lo se, soy un sacrílego. La verdad es que mi nivel de cocina viene a ser un 4/10, vamos, suficiente para no morír de hambre, pero familiarizado con esas cosas que se usan para freir y otros instrumentos de cocina)
c) Despedirme de la gente. El otro día pensando sobre ello llegué a la conclusión de que hay mucha gente de la que me gustaría despedirme. Y de que también hay mucha gente de la que no me apetece excesivamente despedirme pero debería hacerlo. Y yo me planteo, si tampoco es para tanto tiempo, ¿no? Pero por otro lado pienso que tal vez pasen muchas cosas en ese intervalo, no lo se. El caso es que mañana empezaré a invitar a cervezas (buitres gorrones, espero que no leáis esto). Además… salvo excepciones, la gente seguro que no me echa tanto de menos 😉
Publicado en Budapest |
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